Creo que el mundo se divide entre personas inquietas que construyen futuro y personas que sostienen el presente. Ambos son necesarios, pero a mí me apasionan especialmente las personas que gracias a su curiosidad y ambición nos conducen hacia el futuro.
Desde muy pequeño he sido admirador del futuro. Como otros tantos niños, me impresionó enormemente ver en el cine naves espaciales surcando un cielo repleto de estrellas, y desde ese día, supe que yo quería ser protagonista de ese futuro. Evidentemente pasé por muchas de las etapas por las que todos los niños solemos pasar, pero hasta ahora no me doy cuenta de que todas ellas tenían un mismo denominador: mirar al futuro. Recuerdo como con doce años se rieron de mí un par de compañeros cuando dije que quería ser inventor.
Supongo que si hubiese tenido cinco años nadie se habría reído de mí, pero ¿por qué con doce años todos se rieron? “¿Inventor de qué? Eso no es un trabajo” decían…
Y es que debo confesar que hay pocas frases que me duelan más que la que los adulto solemos decir a los niños “Ya verás cuando seas mayor, ya verás lo duro que es trabajar, lo terrible que es la vida, lo difícil que es convivir con una persona, etc.” ¿Por qué a los mayores nos parece que educamos cuando dinamitamos con dosis de realidad los sueños de futuro de nuestros hijos? Después nos sorprendemos y nos quejamos de que nuestros jóvenes no crean en nada, no construyan nada, sino que sólo se preocupen de vivir el presente por miedo a pensar en el futuro.
Afortunadamente en el mundo todavía existen soñadores. Hará unos años pude visitar uno de los mejores centros de investigación del mundo donde un conjunto de mentes brillantes construyen de forma obsesiva futuro. Muchas cosas me dejaron impresionado de esa visita, aunque la verdad es que lo que recuerdo con mayor claridad son los ojos de las personas con las que hablé. Cada una de ellas estaba gozando del privilegio de estar inventando y construyendo futuro.
Desde entonces he visto esos ojos en mucha más gente. Desde personas brillantes hasta gente de lo más normal. Desde la mujer que se sabe madre y construye futuro para su hijo hasta el camarero que me contó que escribía la mejor novela del mundo. Cada vez que alguien huye del peso del presente y sueña en construir futuro sus ojos se transforman y su energía se ve diferente. Estoy convencido de que el mejor regalo que se le puede dar a alguien es la palabra futuro.
Lo más curioso de todo es que cada día que pasa y me hago mayor, en lugar de odiar el futuro por estar más cerca del fin, más me maravilla. Soy consciente que en el futuro me aguardan momentos difíciles: probablemente veré morir personas muy queridas, el mundo seguirá dándome malas noticias y la vida seguirá irremediablemente castigándonos. Pero a pesar de ser consciente de ello, cuando veo esos ojos de futuro en alguien no puedo evitar convencerme de que el mañana debe ser, sin duda, mucho más emocionante.
Lo cierto es que apenas he empezado a vivir los treinta y no puedo evitar cierto vértigo al lanzarme a escribir en “lo que yo creo” pues me parece un poco aventurado. Pero ahora esto es en lo que creo: estoy convencido de que uno de los mayores privilegios de los humanos es poder y atrevernos a construir futuro.